lunes, 10 de mayo de 2010

La Campana de los perdidos

El jueves 17 de diciembre emprendemos viaje hacia Zaragoza, tenemos dos días seguidos en La campana de los perdidos, mi primo Juantón me recomendó el lugar y me abrió las puertas, Rodo creyó en él y en nosotros y hacia allí que vamos. La situación del lugar es inmejorable, El Pilar nos vigila a nuestra llegada, estamos en el casco viejo y cuando llegamos al lugar alucinamos. Sencillamente precioso. Piedra, historia, calidez, ladrillo. Una especie de cueva creada por y para la cultura y un guardián que demuestra defenderla con uñas y dientes: Rodo. Tras una prueba de sonido rápida e impecable salimos a dar una vuelta para situarnos y picar algo. Tenemos dos noches de hotel pagadas y eso es una novedad dentro de esta gira. Vamos a echar un ojo al hotel y nos sorprende muy gratamente. Está a apenas un minutos del local y es de lo más acogedor. Incluso Frankie dormirá hoy calentito. Cuando uno está acostumbrado a improvisar, lo que debería ser normal se convierte en extraordinario y es, cuanto menos, curioso. La gente te imagina durmiendo en hoteles de lujo, viajando en avión o AVE y comiendo en restaurantes caros. No, eso lo hacen otros de momento, pero eso nos otorga más romanticismo y experiencias más ricas, sin duda. La comodidad facilita las cosas pero resta lecciones de vida y adaptabilidad. Cómo me enrollo. En fin, suena Quique Gonzalez mientras escribo esta crónica, pega. Me gusta mucho este disco, sabe a noche, humo, desengaños, mujeres y rocanrol, es nocturno y melancólico. Me imagino solo en un piano bar, mirando el vaso, jugando con el hielo y escuchando estas canciones. Sigo divagando. Volvamos a Zaragoza. Llega el momento del concierto y somos poquitos, hay que empezar. La que están han venido a escuchar y decidimos hacer un concierto acorde con la noche. Arrancamos con “Extraña forma de querer”, uno de los temas nuevos con una de las letras nuevas de las que más orgulloso me siento. Leía el otro día que las mejores canciones son las que dicen algo que vale la pena recordar, que pueden hablar de mí, de ti o de cualquiera y me atrevo a decir que esta canción es una de esas. Cuando alguien te dice que se siente identificado ya se ha cumplido el objetivo y eso ya ha ocurrido. Estamos intimistas y el concierto se convierte en un ejercicio de desnudez emocional, el ambiente acompaña y los asistentes demandan medicina para el alma, redención y palabras de esas que a uno le gustaría decir. El concierto ha sido bonito, respetuoso y cómplice. Sorprendentemente se venden bastantes discos para la gente que ha habido, eso siempre es buena señal. Tras eso es momento de la última cerveza, no nos es fácil encontrar un sitio abierto, pero, como siempre, lo conseguimos. No hay ganas de mucho más. Hasta mañana. Joel Reyes.

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