martes, 7 de mayo de 2013

¿NO ES IRÓNICO?

Más a menudo de lo que deberíamos, la gente que nos dedicamos al arte en general acabamos sucumbiendo a la tentación de intentar explicar la cuadratura del círculo, esa fórmula que nos haga entender qué es lo que separa a un artista en el anonimato del que consigue llamar la atención del público, y supongo que, afortunadamente, no hay ninguna regla para explicar el milagro. Por supuesto que hay factores que pueden marcar una diferencia, claro que los hay, pero intentar explicar algo así, resulta tan infructuoso como intentar explicar un sentimiento.

El talento podría ser una explicación poderosa en dicho debate, pero poniendo atención a algunas de las cosas que se escuchan y ven por ahí es suficiente para darse cuenta que, como siempre ha dicho mi madre, más vale caer en gracia que ser gracioso. El esfuerzo y la perseverancia, si bien me parecen cualidades imprescindibles para navegar los mares de la vida, tampoco se me antojan un argumento definitivo en el tema que nos ocupa. Leía ayer en una entrevista a Depedro respondiendo a cuál era el peor consejo que le habían dado en su vida musical, lo siguiente: “La gente tiende a decir lo de que si te esfuerzas y te lo curras es imposible que no lo consigas. Eso es mentira”. No podría estar más de acuerdo. La vida no es justa y el equilibrio universal es, en la mayoría de los casos un consuelo más cercano al plano místico que al real.

Casi todo aquel que esté al tanto de lo que ocurre en el mundo de la música habrá oído hablar en los últimos tiempos de un documental llamado: Searching for sugar man. Un parábola más de lo caprichosos que pueden ser los caminos hacia el reconocimiento de un artista. Rodriguez es un cantautor folk que apareció en la escena de Detroit de los años 70. Tras la estela de cantautores como Bob Dylan (aunque según mi opinión mucho mejor cantante y con unas melodías mucho más luminosas), grabó dos discos en los años 70 y 71 y cayó en el olvido.

Pues bien, resulta que sin él saberlo, sus dos discos se convirtieron en un éxito en ¡Sudáfrica!, donde sus canciones fueron adoptadas por la comunidad negra como un símbolo de resistencia contra el apartheid, incluso algunas de ellas fueron prohibidas en el país africano por llamar a la revolución. Posteriormente se corrió el rumor de que el cantante se había suicidado en mitad de un concierto. La leyenda estaba servida en bandeja de plata.

A mediados de los 90 dos seguidores de su música intentaron contactar con el entorno del artista para averiguar los porqués de dicho suicidio y de no haber conocido jamás el éxito que su música había tenido en Sudáfrica, hasta descubrir, para su sorpresa, que Sixto Rodríguez estaba vivito y coleando y que no había dejado de tocar sus dos discos por bares y pequeñas salas de América alternándolo con trabajos en la construcción.

Pues bien, a raíz de dicho documental y los premios que este ha acumulado (Oscar incluido), Rodríguez se ha convertido a sus 70 años en una estrella, cabe decir que con las mismas canciones que en su día no parecieron interesar a nadie. Ahora llena grandes recintos en Sudáfrica y Estados Unidos y recientemente ha recibido la indecente cantidad de 500.000 euros por 5 conciertos en el país africano. De hecho ahora es un artista tan cool que incluso estará tocando en el Primavera Sound de Barcelona a finales de este mes.

Mientras tanto Rodríguez sigue viviendo sin ordenador, internet, coche ni televisión y se descojona de la risa mientras asiste anonadado a sus warholianos 15 minutos de gloria en el atardecer de su existencia. Se me antoja que al tal Rodríguez no le va a cambiar la vida más allá de la seguridad económica, creo que a esas alturas del partido ha entendido de sobras lo absurdo de intentar entender nada y se dedica a disfrutar del regalo que la vida le ha ofrecido y a comprobar cómo las canciones que durante tanto tiempo se mantuvieron en la oscuridad tienen ahora la luz en la que él nunca dejó de creer y son ahora tan maravillosas a ojos del mundo que nadie puede resistirse a ellas.

Como diría Alanis Morissette, “¿No es irónico?”.

Joel Reyes

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