
Esa experiencia me sirvió para nunca perder la perspectiva cuando cambié la pista por el escenario. El aplauso es adictivo, los focos te engrandecen a los ojos de los demás, pero sólo manteniendo los pies en la tierra puedes crecer y aprender a volar por ti mismo, sin depender de halago, del aplauso, sólo siendo agradecido y relativizando tus auges y caídas puedes crecer como persona, sabiendo que la vida no es más que una carrera de fondo, con momentos en los que te sientes capaz de todo y “pájaras” en las que las piernas te pesan y tu mente te grita que abandones.
Desde que llegué a las islas estoy saliendo a correr casi a diario, con el mar como compañero, y he vuelto a recordar porqué me gusta tanto este deporte.
Correr, como casi todos los deportes individuales de esfuerzo, es una metáfora de la vida, al igual que el ajedrez lo es de la guerra. Tú contra ti mismo, no dependes de nadie, sólo de tu capacidad, tu cuerpo, tus músculos, pero sobretodo tu mente, tus “no puedo más” contra tus “claro que puedes, házlo”, no importa lo rápido que vayas, sino poder más que los mensajes que tu mente te da cuando el cansancio hace mella en tus músculos, como ocurre en los malos momentos de la vida, siempre es la mente la que te hace seguir o frenarte dependiendo de tu actitud ante ese “cansancio”. Siempre hay una marcha escondida, siempre un poco más de fuerza, se trata de creerlo y hacerlo, o dejarse ir y abandonar, ahí radica la diferencia, y la experiencia me ha enseñado que la satisfacción posterior siempre compensa el esfuerzo. Siempre hay motivos para hacerlo y excusas para no hacerlo, tú eliges.
Dicen que aquel que consigue cosas imposibles lo hace porque no sabe que lo son, me quedo con eso. Los límites existen, por supuesto, pero solemos ser nosotros mismos el mayor de ellos.
Joel Reyes
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