viernes, 8 de junio de 2012

LA SOLEDAD DEL CORREDOR DE FONDO

Tal vez muchos no lo sepáis, pero una de mis pasiones desde que tenía 14 años, ha sido, y es, correr. De los 14 a los 19 años fui atleta federado y competía en el club de la ciudad que me vió nacer, el Club Natación Reus Ploms. Me gustaba muchísimo y se me daba bien, ganaba carreras y era una de las promesas del club, recuerdo que me apodaban “el inglés” por mis maneras sobre el tartán, pero una lesión de más de un año y medio me quitó un mucho de ilusión y me dio unas cuantas lecciones que me servirían para esa carrera de fondo que es la vida. Pasé de la noche a la mañana de niño mimado del entrenador al chico olvidado que entrenaba a diario sin apenas poder correr por el dolor. Eso me enseñó que cuando brillas es más fácil ser visto, pero que ese brillo no cambia tu condición, sólo te hace más visible, que la victorias enriquecen, pero que es en las derrotas donde se esconde la verdadera sabiduría de la vida, que hay que volar, lo más alto posible, pero también regresar a la tierra de vez en cuando para no olvidar nunca nuestra condición de mortales. El maestro Enrique Urquijo lo dijo mejor que nadie: “pero cómo explicar que me vuelvo vulgar al bajarme de cada escenario”.

Esa experiencia me sirvió para nunca perder la perspectiva cuando cambié la pista por el escenario. El aplauso es adictivo, los focos te engrandecen a los ojos de los demás, pero sólo manteniendo los pies en la tierra puedes crecer y aprender a volar por ti mismo, sin depender de halago, del aplauso, sólo siendo agradecido y relativizando tus auges y caídas puedes crecer como persona, sabiendo que la vida no es más que una carrera de fondo, con momentos en los que te sientes capaz de todo y “pájaras” en las que las piernas te pesan y tu mente te grita que abandones.

Desde que llegué a las islas estoy saliendo a correr casi a diario, con el mar como compañero, y he vuelto a recordar porqué me gusta tanto este deporte.

Correr, como casi todos los deportes individuales de esfuerzo, es una metáfora de la vida, al igual que el ajedrez lo es de la guerra. Tú contra ti mismo, no dependes de nadie, sólo de tu capacidad, tu cuerpo, tus músculos, pero sobretodo tu mente, tus “no puedo más” contra tus “claro que puedes, házlo”, no importa lo rápido que vayas, sino poder más que los mensajes que tu mente te da cuando el cansancio hace mella en tus músculos, como ocurre en los malos momentos de la vida, siempre es la mente la que te hace seguir o frenarte dependiendo de tu actitud ante ese “cansancio”. Siempre hay una marcha escondida, siempre un poco más de fuerza, se trata de creerlo y hacerlo, o dejarse ir y abandonar, ahí radica la diferencia, y la experiencia me ha enseñado que la satisfacción posterior siempre compensa el esfuerzo. Siempre hay motivos para hacerlo y excusas para no hacerlo, tú eliges.

Dicen que aquel que consigue cosas imposibles lo hace porque no sabe que lo son, me quedo con eso. Los límites existen, por supuesto, pero solemos ser nosotros mismos el mayor de ellos.

Joel Reyes

No hay comentarios:

Publicar un comentario