lunes, 28 de enero de 2013

PIANOS Y RUIDO

El otro día, durante una cena con una amiga a la que conozco de hace media vida (literalmente), disertábamos sobre lo humano y lo divino, sobre nosotros, dónde creíamos estar cada uno en nuestras respectivas vidas y sobre el mundo que nos rodea.

Mientras ella me contaba el punto en el que se encontraba me dijo que un día lo entendió todo de la manera más sencilla e infantil. Tras esa simplicidad se escondía una gran sabiduría. Cada día estoy más convencido de que la simplicidad es uno de los secretos de la vida, de la mayoría de las respuestas. Que menos es más. Por eso los niños son tan sabios y nos enseñan tanto si sabemos escuchar y dejamos a un lado nuestro “mayor sabelotodo”. El ejemplo del niño como un libro en blanco sigue siendo el más esclarecedor. En sus páginas se puede escribir cualquier cosa, sólo al final descubriremos cuanto de lo escrito enriqueció a esa persona o cuantas páginas le hubieran aportado más si hubieran, simplemente, permanecido en blanco. Como decía Antoine de Saint Exupéry, autor de “El principito”: “La perfección no se alcanza cuando no hay nada que añadir, sino cuando no queda nada que quitar”. Con el aprendizaje llegan los temores, “lo que tiene que ser”, los roles, los prejuicios, las diferencias, los complejos, etc., y nada de eso suma, tan solo resta y nos hace más débiles.

Me contaba la historia de su piano. Un viejo órgano de pared que le ha estado acompañando a lo largo de los años. Un amigo se lo regaló. Lo tuvo en su primera casa, luego pasó a la casa de su hermano y por circunstancias de la vida, ha regresado a su nueva casa. Ni ella ni su hermano tocan el piano. Nunca ha habido nadie en los años que ese piano le ha acompañado que lo haya tocado, ha estado aquí, allí, pero nadie lo ha tocado. A pesar de eso nunca ha dejado de ser un piano, no ha alterado su esencia, lo que realmente es. Muchas veces nos empeñamos en ver en determinadas personas lo que queremos ver, lo que nos interesa ver, en lugar de lo que realmente son, por conveniencia, protección, miedo, amor, envidia, celos o vete tú a saber. El piano nunca ha dejado de serlo y él “lo sabe”, “no tiene que demostrar nada”, no tiene que sonar para que nadie sepa lo que es, no tiene que “justificarse”. Tal vez alguien lo haya visto como un mueble, como una repisa para libros, pero eso no cambia lo que realmente nunca ha dejado de ser: un piano.

Todo estamos aquí para algo, o así debería ser, todos tenemos una esencia, el niño que fuimos antes de “aprender”, ese niño está ahí, escondido tras el ruido, tras la trinchera de los miedos, deseando volver a salir a jugar. No es un camino fácil pero, a mi al menos, me resulta excitante intentar caminarlo. Somos lo que somos y no podemos pasarnos la vida negándonos, o si, pero aceptando las consecuencias. Podemos aceptarnos e intentar mejorar, potenciar lo bueno y desterrar lo malo, o mentir, a nosotros y a los demás, y no volver a jugar jamás, conseguir que casi nadie se dé cuenta del truco, pero no conseguiremos engañar a nuestro propio mago. Cómo dice el dicho: dime de qué presumes y te diré de qué careces.

Las personas perdemos mucha más energía y tiempo cuidando y mejorando lo que nos rodea y nuestro aspecto exterior que lo que somos por dentro. Invertimos nuestro dinero, energía y tiempo en mejorar lo exterior, lo que se ve cuando sólo te miran desde fuera y por fuera, todos lo hacemos: nuestra imagen, forma de vestir, el coche que conducimos, la casa en la que vivimos, lo que nos otorga el estatus social, lo que nos hace mezclarnos con nuestros semejantes, ser aceptados por nuestra tribu, sea la que sea, pero no invertimos en nuestro estatus interior, aquel con el que convivimos cuando nadie nos ve.

Dicen que “quién calla otorga”. Cada día estoy menos de acuerdo con esa afirmación. Quién calla tal vez no tenga la necesidad de justificarse, de dar explicaciones, de convencer a nadie, de ser entendido, porque está en paz, con lo que es, con lo que hace, con lo que siente, sabe que es un “piano” y se siente bien en su papel. Nos pasamos la vida justificándonos y dando explicaciones por cosas que no deberían ser explicadas. Quién quiera saber que invierta su tiempo en conocer y quien no, que invente o se deje llevar por el RUIDO, eso no cambiará lo que somos.

Como leí hace poco de un maestro, el gran Jodorowsky: “Criticar es fácil, crear es difícil”… yo añadiría… ser uno mismo, también… pero es lo único que importa.

Joel Reyes

P.D.: Prometo que estoy trabajando en mi capacidad de síntesis, aunque como se puede apreciar, me queda un largo camino que recorrer ;).

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